CAPÍTULO PRIMERO
EN EL CORAZÓN DE LA SELVA
Cuando la noche pasaba por su último umbral hacia la madrugada, en la primera luna llena del equinoccio de primavera, nació Cacaima en medio del apabullante cantar de la selva. En sus primeros seis años, Cacaima, el hijo de la montaña, se habría llamado a silencio y por alguna razón extraña, no conjugó en todo este tiempo el lenguaje humano.
Más sin embargo, aprendió los diferentes lenguajes de la selva, en su larga mudez interpreto la voz del viento, que con su ulular le anunciaba las primicias del clima y la dirección más propicia para la caza, el arrullo del rio que con su cadencia le narraba el bailoteo solemne de los peces, también las diversas lenguas de los monos que se paseaban de un lado a otro sobre los árboles, así mismo el idioma de las aves, de los felinos y réptiles los cuales eran sus más distinguidos oradores.
Pasado el tiempo que devora la luna a mordiscos, Cacaima rompió el silencio, y todos en la aldea que estaban tan habituados a su invisible presencia de repente le oyeron entonar canciones inusitadas. De la noche a la mañana, el joven parecía ser una chicharra desesperada por un verano intenso y aquella sorpresa en la tribu fue causa de infinito contento. Sin embargo habituado a su soledad el niño Cacaima, se perdía en la maraña de las ramas siguiendo el cauce de los caminos, abriendo nuevos senderos, dejando siempre que la naturaleza ocultara sutilmente sus lugares de paso, para que nadie se atreviera a seguirlo y quizás le escuchara compartir sus secretos con algún animal que hallara por el camino… Y en las noches frente al crepitar del fuego imaginaba un sinfín de historias mientras escuchaba a los abuelos cantar las osadías de su pueblo.
Pronto encontró en sus recorridos una inmensa curiosidad de sondear el final de los caminos, de aventurar y fisgonear desde los matorrales a otros pueblos, escuchar nuevos ruidos, nuevas músicas para atesorar en su memoria. Así que, después de escuchar tantas historias que le narraban las guacamayas, los loros, los micos, y los diversos animales salvajes, se propuso hacer su propia historia, sin dejar a un lado las enseñanzas que le ofrecían los relatos ancestrales de su madre Oriona, quien hablaba acerca de las proezas de los abuelos y de los designios de su raza, que invitaban a permanecer y proteger el lugar sagrado, que los antiguos padres habían tomado por heredad de los mismísimos dioses; Quienes le han obsequiado al hombre cada cosa que existe en el territorio, para que conservaran y cuidaran la tierra hasta el fin de los tiempos.
Así que se dispuso otros seis años a planear su empecinada fuga a los más recónditos laberintos selváticos, para ir en busca del misterio que esconden los caminos. Y, ¿Qué más camino, que el que trazaba las aguas del rio Talauta? Ese rio habría sido testigo de su nacimiento y anunciador de su destino. El mar, en donde se reunían todas las aguas, tan solo era una idea de lo infinito que podría ser el horizonte más allá de la montaña…
Al cabo de muchos soles y las lunas, terminó de ensamblar la balsa hecha de pedazos de guadua y madera seca, atada con juncos y lianas recolectadas en sus excursiones. Esperó pacientemente a que la luna engordara hasta derramar su azul en la espesura de la selva…
Y sin más ni más, arrastro la balsa hasta la rivera, luego soltó un grito de adiós que resonó en toda la aldea, soltó con toda la fuerza de su alma el miedo que tenía en sus entrañas y el grito recorrió todo el monte alarmando a pájaros y bichos que rondaban por el sitio… Su madre Oriona al oír el estridente sonido, sintió que el aliento se le iba, presagiaba el peor de los peligros, que en la selva son tantos como las hormigas… Dejo el fogón ardiendo y corrió junto con el eco que retornaba al lugar donde había nacido aquel espantoso grito.
Cuando Oriona llego a la orilla del río Talauta, encontró sus pequeñas huellas húmedas en la arena junto a los rastros de un navío que se precipitaba al agua y sin pensar en el fuego que consumía su alimento en el maltrecho bohío, Oriona se quedó quieta como una piedra más del paisaje y allí paso en la espera de su hijo todas las lunas que se avecinaron, sin pensar que esta espera duraría muchos años.
En una tarde de luna nueva, los grillos comenzaban a entonar sus cantos, las aves buscaban lugar en las copas de los árboles y arribó entonces, una extraña lechuza que se posó frente a la afligida Oriona, quien ya mostraba el cansancio de la espera. La nocturna ave sacudió su cabeza, afino su trino, y se apodero de la escena, como una intérprete de la voluntad divina y bajo la luz de la mirada de aquella afligida madre, vertió su ulular épico sobre el destino de Cacaima:
Un joven sobre las aguas viaja,
En las entrañas de la selva,
Para defender y ayudar
Al hombre y al animal,
Pues se acerca la guerra
Cuando concluya su designio…
Lo verán regresar a su tierra.
Después de haber cotorreado su sencillo canto, alzó su vuelo para perderse en la penumbra. Oriona escuchó atentamente el canto, era incomprensible como habría interpretado aquel sonido, quedándole en la cabeza una idea fatal, temiendo en lo más profundo de su vientre, que jamás volvería a ver la hermosa y tierna figura de Cacaima.
CONTINUARÁ…
Continúa leyendo los siguientes capitulos del relato de «Cacaima» en la próxima edición de nuestra revista.
Este cuento tiene 14 capítulos en total. Este es recién el comienzo.
Por H.Martín
Escritor, guionista y poeta conceptual bogotano, cofundador de la organización ECONCIENTES, enfocada a la creación y fomento del arte con valores ecológicos y preservación del medio ambiente desde el área de literatura. Actualmente columnista de la revista Cultural Tras La Huella y miembro activo de RAL (Rutas de arte Latinoamericano).
Ilustración por Fabián Zamora
Artista visual, músico experimental y diseñador arquitectónico. Ilustrador para medios editoriales,expositor en el pabellón gráfico de la feria del libro de Bogotá, cofundador del colectivo artístico Econcientes y del proyecto social pensarte la infancia, Director de fotografía y experimentación audiovisual documental Olvidando el Futuro. Miembro activo de RAL Rutas del Arte Latinoamericano.
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